¿Cómo se convierte alguien en una persona quisquillosa e intolerante hacia casi todo? Se requiere de años de irlo trabajando, mamonería en cantidades industriales, irse amargando con el paso de los años, ser fijado en todos los detalles, escuchar música quejica y ver películas asiáticas (aporte hecho por mi hermaniux), volverte elitista, algo de megalomanía, o culpar a la sociedad y sus costumbres, porque ellos fueron los que te convirtieron en eso (aparte de que tiene un gusto exquisito echarle la culpa a los demás en lugar de reconocer las responsabilidades propias).
Digo lo anterior porque fui a tramitar mi cédula profesional (documento que te acredita y te da autoridad de decir cualquier estupidez acerca de tu carrera con la garantía de que ya cuentas con la omniprepotencia para hacerlo), y entre las ciencias tramitológicas y el aprender a tejer (para llevarme mis bolas de estambre y tejer bonitos suéteres durante el tiempo en el que uno pasa de la ventanilla x a la ventanilla y) descubrí que no sólo odio esas dos cosas, también puedo llegar a odiar a la gente con la que comparto la desgracia de la burocracia (...un verso).
Todo se lo debo a un tipito (al que llamaremos el niño tose-tose) que se la pasó tose y tose (sí, ando falto de inspiración en estos días) cerca de mí durante mi estancia en Profesiones. Y el término correcto no sería 'tose y tose' porque su actividad no se limitó sólo a eso, fue toda una amplia variedad de carraspeos y otros sonidos guturales que hubieran sacado de quicio al mismísimo Mahatma Gandhi (y allá va Gandhi con todos sus kilitos lanzándose en contra del tipejo este para caerle en la yugular enterrándole una fotografía tamaño infantil o ensartándole la solicitud de registro en la frente ante los aplausos y beneplácito de los presentes).
Pequeña pausa (ponga la música de espera de oficina más horripilante aquí) para dejar de escribir en mi cuaderno porque el niño tose-tose está detrás de mí tratando de averiguar qué escribo, y yo estoy a punto de clavarle vigorosamente la pluma en los pulmones para ver si así se descongestionan sus vías respiratorias.
Ya sé que al señor dueño de este bló le da por exagerar las cosas, pero en esta ocasión no fue así. El niño tose-tose hizo evidente su presencia desde que ingresó al recinto y se formó detrás mío: tres carraspeos, dos tosidos, cuatro carraspeos, un simulacro de gallo, y así sucesivamente; cinco minutos después, yo estaba más que preparado para comenzar la ola sangrienta, y mi única salvación era llegar a la primera ventanilla, apurarme con la revisión de mis documentos y correr hacia la segunda ventanilla para tratar de dejar atrás al tipo con su tuberculosis. Y pensé que lo había logrado hasta que la señorita del siguiente trámite nos dijo que debíamos sentarnos ordenados de acuerdo al número de turno que nos habían entregado en la ventanilla anterior. Estaba a punto de cantar victoria porque al niño tose-tose no le había tocado el asiento siguiente, y el karma me recordó lo mal que le caigo (he llegado a pensar que hasta le cago la madre), al niño tose-tose me lo mandó al asiento de atrás, así que tuve que chutarme la sinfonía del bacilo de Koch durante los siguientes 20 minutos con la misma calidad Dolby Stereo del home theater (ponga la marca de su preferencia aquí).
Cuando en la ventanilla me dicen que podré tener un hermoso número de cédula (canjeable por el de verdad) a la una de la tarde, sufrí por la incertidumbre de no saber qué hacer en las siguientes dos horas y media, pero gocé por no tener que soportar al niño tose-tose. Así que fui a recluirme al lugar más entretenido para aprovechar dos horas de ocio: las escaleras de un Office Max para estar echadote como iguana y esperar a que los rayos del Sol me derritan lo poco de masa cerebral que me queda. Fue entonces que decidí empezar a escribir mis observaciones respecto a esta situación, hasta que un sonido intermitente y bastante familiar me sacó de mi concentración. Levanté poco a poco la vista tratando de cerciorarme que el sonido era producto de mi imaginación o por la sugestión, pero el karma malparido y desgraciado insistió en mancharse conmigo. Ahí estaba el niño tose-tose dirigiéndose a las mismas escaleras. Estuve tentado a cerrar los ojos apretando mis parpados fuertemente ("si no lo veo no me ve, si no lo veo no me ve... ") esperando a que pasara de largo, y así fue: pasó de largo tres escalones para sentarse en el cuarto detrás de mí. Otras dos largas horas aguantando al nene, y yo demasiado cansado y con pocas opciones de dónde poder aplastarlas a gusto como para largarme de ahí.
Una parte de mí, que jamás me había percatado que existiera, pensó en las múltiples posibilidades para darle al niño tose-tose una muerte lenta y dolorosa (la más destacada fue la de colgarlo por el cuello mientras él estuviera parado sobre un bloque de hielo y colocarle una piedra de 50 kilos amarrada a sus cositas). Cuando ya estaba dispuesto a llevar a cabo alguna de mis ideas, preferí largarme a caminar ida y vuelta a CU para matar el tiempo en lugar de a él. A la hora de regresar por mi papelito, el orden cósmico se había reestablecido, y no volví a encontrármelo.
Y para no seguir atormentándolos con mis quejas acerca de cómo me atormentó el niño de la garganta atormentada, felicítenme, ya voy a tener cédula.
Y al karma desgraciado: fuck you! Mañana voy a ver lo del Seguro Social, nada más me sales con otra jalada igual o peor y vamos a ver de a cómo nos toca.